Opinión

En la primera parte de esta serie, enfatizamos en la necesidad que tiene nuestro sistema educativo de contar con profesores que tengan la voluntad de aprender cómo aprenden sus alumnos, para de esa forma poder realizar con efectividad su quehacer áulico, que no se aleje de las cosas simples que son útiles para la vida diaria de los seres humanos.

Como prometimos, vamos a seguir formulando interrogantes, la que nos brota en estos momentos para seguir reflexionando sobre un nuevo modelo de profesor, veamos: ¿Cuál es la importancia de vivir pensando y sintiendo y luchar porque los demás también piensen y sientan? Vivir pensando es vivir el análisis como instrumento de solución de los retos que se nos plantean en la dinámica de los procesos de la vida, de ahí que pensemos que construir nuevos retos en las labores de la docencia, con el objeto de formar seres humanos exitosos en el contexto social en que se desenvuelven y listos para enfrentar con excelencia los retos que se le presenten en cualquier parte del mundo.

El docente aprende a enseñar con pasión e impregna en sus alumnos la curiosidad como una necesidad perenne de querer aprender e indagar sobre lo nuevo. Esa es una vía expedita para mejorar el aprendizaje, porque el profesor va aprendiendo sobre su oficio, como un desafío personal irrenunciable. Para hacerlo mejor, tiene que despertar su interés por la investigación de nuevas formas de comunicación para lograr ser comprendido y adentrarse en sus alumnos para que vean en él un individuo digno de respeto. El respeto es la génesis de la confianza y la confianza es el activo de mayor valor en una relación profesor alumno y alumno profesor.

Sentir la necesidad de buscar perennemente nuevos caminos para hacer pensar a los alumnos, como una condición esencial de su quehacer. Sentir la importancia de los roles y buscar que los demás reconozcan esa importancia capital, para de ese modo poder descubrir el papel de la ética en cada uno de los actores que se desenvuelven en el aula y por ende en la escuela.

Sobre la respuesta anterior, nos nace la pregunta: ¿Por qué debemos procurar sorprender y emocionar cuando desarrollamos la labor docente? Ha de suponerse, que el docente está dotado de conocimientos adquiridos durante los procesos teóricos y prácticos de su formación y su quehacer. También tiene un amasijo de pensamientos que transmite en la praxis de su labor, la que ha de ser dinámica, montada sobre la mecánica de la gestión de su labor. Es deber del profesorado ir creando atmósferas de posibles investigaciones, para apuntalar el futuro de su docencia y de los aprendizajes de los que le acompañan en el aula como espectadores de su accionar cualitativo.

El profesor que no logra en sus alumnos la necesidad de aprender sobre las enseñanzas del curso, debe dejar de ser docente, hasta que logre apropiarse de la capacidad para producir una película de éxito ante los que la van a disfrutar, no a padecer vivirla al mirarla. A nadie le gustan “los clavos”, es decir, las películas tediosas en su argumento y mal interpretadas por los actores. Las películas del motón duran muy poco en los espacios cinematográficos. Esa es la razón por lo que existen muchos niños y jóvenes que odian ir a la escuela.

Debemos trabajar el libreto de cada una de nuestras clases, para que sea entretenido y los espectadores este listos para volver al aula, para disfrutar de la continuación de los capítulos posteriores de la trama. Por ello, nuestra planeación de clase debe tener unidades de aprendizajes capaces de sorprender y emocionar a nuestros alumnos y estén prestos a escucharnos y escucharse al exponer los contenidos, cuando desarrollemos nuestra labor docente.

Al concluir con la interrogante anterior, nace por necesidad la pregunta: ¿En qué consiste la alegría de ser profesor? Y entonces respondemos: Cuando nos damos cuenta de la importancia que tiene nuestro quehacer para las nuevas generaciones, porque somos entes fundamentales en el crecimiento humano y el desarrollo social e histórico de todos nuestros acompañantes en la acción de aprender, es decir, de nuestros alumnos. Es que al trasmitir nuestras informaciones, agregando nuestros aportes situacionales de contexto, los conocimientos del alumnado reciben choques de nuestros puntos de vistas y nace la contradicción, se producen las coincidencias de pensamiento, produciéndose una construcción auténticamente válida para la vida de todos.

En el amasijo de datos aportados, de ideas planteadas y pulidas en el laboratorio de la diversidad áulica, surgen las cualidades fundamentales de los futuros bachilleres, profesionales, maestros de diferentes especialidades y los que se casaran con los doctorados y posdoctorados, al transcurrir sus vidas.

De los alumnos se recibe mucho y mueve al profesor en la acción de aportar más, el profesor no solo recibe las respuestas a través del poder de la motivación, de la fuerza titánica del entusiasmo y de la sensación extraordinaria que produce la curiosidad, surgiendo la necesidad de saber más. Es ahí en donde se descubre la alegría de ser profesor; en esa misión cumplida de los momentos de magia que recompensan todas las horas de indagación pre sección de clases, haciendo que nos sintamos útiles a la acción de aprender-aprender, a los que los pedagogos denominan enseñanza.

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