Una vez más el mundo asiste incrédulo ante un escenario plagado de continua incertidumbre y tensión, moldeado a imagen y semejanza de Donald Trump. Sucede que, como de costumbre, el presidente estadounidense se muestra dispuesto a salirse del guión, para de un modo no constructivo geopolíticamente, buscar la manera de establecer su marca personal en un mundo que no necesita más protagonismos, sino que demanda de sentido de historia de sus líderes y de compromiso multilateral.
Esta vez el mandatario ha sacudido al mundo con la noticia de que Estados Unidos reconoce a Jerusalén como la Capital de Israel, decisión que sin lugar a dudas marcará un punto de inflexión para Medio Oriente a corto y mediano plazo.
Curiosamente, hace apenas un mes nos encontrábamos analizando las implicaciones históricas y regionales, de un documento que un siglo atrás selló el futuro de lo que sería el actual Estado de Israel. Conocido como “La Declaración de Balfour”, esta pieza de unas 67 palabras, supuso el punto de partida de encarnizados conflictos, que desde 1948 a la fecha, han girado en torno a la posesión de una zona geográfica en cuyo interior yace una de las ciudades de más alto valor religioso, histórico y cultural del mundo, Jerusalén.
Resulta muy conocido el nivel de conflictividad que en nuestros días reviste esta ciudad, especialmente entre israelíes y palestinos durante las últimas siete décadas, como herencia del colonialismo, antisemitismo y nacionalismo árabe. Sin embargo, las disputas y devoción por este territorio datan de milenios atrás partiendo de la preminencia que ha tenido, no solo para los judíos, sino también para musulmanes y cristianos.
De hecho, con claras referencias que aluden a su importancia, para los judíos Jerusalén (Yerushalayim) fue el hogar de los reyes David y Salomón, a la vez del antiguo Estado de Judea, y donde se encuentra el Monte del Templo (piedra donde Abraham se disponía a sacrificar a Isaac) y el Muro de las Lamentaciones. En cambio para los musulmanes, quienes le llaman “Quds”, esta ciudad tiene un alto valor histórico (fue conquistada en el 638 por el califa Omar) y posee el tercer lugar más sagrado del Islam, la mezquita de Al Aqsa. En cuanto a los cristianos la importancia de Jerusalén está en que es el hogar del Santo Sepulcro, última morada de Jesús de Nazaret y punto de partida de la cristiandad, lo que motivó las primeras cruzadas en el siglo XI.
En la historia contemporánea, tras la declaración de independencia israelí, este territorio ha estado en constante disputa, pues la parte oriental (Jerusalén del Este) que comprende los lugares sagrados, es decir la ciudad antigua, primero quedó bajo el control de Jordania, mientas que la parte occidental quedaba bajo la tutela de Israel, ambas divididas por la Línea Verde. Esta división duró hasta la Guerra de los Seis Días en 1967, donde tras la victoria israelí todo el territorio pasó a estar bajo el control del Estado Judío, aunque dicha anexión no ha sido reconocida internacionalmente.
De hecho, los palestinos han reclamado por décadas a Jerusalén del Este como la capital de su futuro Estado, por lo que la ocupación israelí fue declarada por la ONU como una “violación del derecho internacional” bajo la resolución 478 del 1980, siendo esta posición reiterada en el 2016 al establecer que Jerusalén del Este es un “territorio ocupado”. La medida de las Naciones Unidas iba en consonancia con su postura inicial, donde tras la resolución 181 que dio lugar a la partición de Palestina, se pensó en Jerusalén como una “ciudad internacional debido a su alto valor multireligioso, por lo que había que garantizar el libre acceso y libertad de culto, garantías que había ofrecido mantener Israel cuando en 1967 se aprobó en el Parlamento la Ley de Protección a los Lugares Sagrados.
Tras décadas de continua tensión y distensión entre las autoridades de Israel y Palestina, el estatus de Jerusalén había sido tocado en los Acuerdos de Oslo en 1993 y Camp David en el 2000, sin que se alcanzara avances sustanciales, lo que ha dejado en una especie de limbo territorial a unos 300,000 palestinos y 500,000 israelíes, que habitan las zonas oriental y occidental respectivamente.
Con el anuncio de Trump, este ha pasado a cumplir con una de sus controversiales promesas de campaña, convirtiendo a Estados Unidos en el primer país en reconocer tal estatus internacional a esta ciudad, medida que se contrapone marcadamente a la postura internacional, incluyendo las demás grandes potencias y aliados de Washington. Para darle carácter pragmático a su medida, se ordenó el traslado de la embajada estadounidense de Tel Aviv a Jerusalen, mientras aseveraba que esta decisión no marcaba un rompimiento con el proceso de paz que se busca conciliar entre los dos Estados.
Sin embargo, algo peculiar y que llama al análisis detenido, es que Trump nunca especificó a qué parte de Jerusalén se refería (si a la occidental, oriental o a toda Jerusalén), lo que ha creado mayor revuelo debido a que dentro de su reconocimiento no hizo ninguna mención al pueblo palestino y sus demandas sobre la ciudad antigua. Esto nos lleva a recordar que el pasado mes de abril, Rusia reconoció a través de su ministerio de Exteriores a “Jerusalen occidental” como capital de Israel, pero enfatizó en que la parte oriental ha de ser la futura capital de Palestina.
Las reacciones en contra de esta decisión no se han hecho esperar, en especial en Gaza y Cisjordania, donde ha habido fuego cruzado entre Hamas y el ejército israelí, lo que en conjunto con el llamado a protesta ha dejado un saldo de una decena de muertos y más de 200 heridos, esencialmente palestinos. A su vez, el malestar internacional se ha hecho sentir en comunicados de la Autoridad Nacional Palestina, la Organización para la Liberación de Palestina (OLP), el presidente francés, Emmanuel Macron, las autoridades sauditas, Jordania, entre otros.
A pesar del revuelo internacional y la falta de reconocimiento diplomático, durante décadas Israel ha venido dotando a Jerusalén del cierto peso político, debido a que en la práctica allí están ubicados los Ministerios, Parlamento, Tribunal Supremo y Banco Central. Esto explica el por qué, aunque las embajadas se ubican en la capital política Tel Aviv, las visitas oficiales a Israel suelen celebrarse en Jerusalén.
Por lo pronto, a pesar de que Trump dijo estar comprometido con el proceso de paz, queda por esperar si su omisión a la división geográfica de esta ciudad “occidental y oriental” guarda alguna intención oculta, lo que podría ser contraproducente para dichas negociaciones y el establecimiento de un futuro Estado palestino. En efecto, el mandatario estadounidense pudo haber abierto una caja de Pandora.
Queda ahora esperar el desenvolvimiento futuro de una decisión que ha roto con las aspiraciones presentes de estabilidad.