Si es verdad que el comportamiento de la bolsa de valores en Wall Street constituye un termómetro que suele medir la salud económica de Estados Unidos, entonces habrá que concluir que la histórica caída experimentada el pasado lunes 6 en el índice Dow Jones evidencia debilidades dentro de la economía estadounidense.
Las bolsas de valores son establecimientos o mercados donde se compran y venden un tipo especial de mercancías llamadas títulos-valor, papeles a los que se les acredita determinado precio, siendo un componente importante el capital accionario de las principales compañías.
Las primeras bolsas surgieron en la Europa del siglo 14, en tanto que para 1792 se creó en el número 68 de Wall Street, Nueva York, un sitio donde personas se reunían para comercializar títulos de valores, aunque 46 años atrás ya eso se había hecho en Filadelfia.
Tenemos el caso del conocido índice Dow Jones, el cual se ocupa de medir el valor de diferentes tipos de empresas, siendo el más conocido el industrial. Contiene una muestra de los precios de las acciones de las 30 mayores empresas de Estados Unidos sobre un universo de unas 10 mil compañías que cotizan en la bolsa de valores de Nueva York.
Así, el pasado lunes 6 de febrero quedará registrado en la historia de Wall Street como un día de turbulencias e incertidumbre, pues en un abrir y cerrar de ojos se esfumaron todas las ganancias del año: el índice Dow Jones cayó un 4,6 por ciento, el Nasdaq perdió alrededor de 7 mil puntos y el S&P 500 lo hizo en un 4 por ciento. Una cosa es cierta: se trató de la caída en puntos más grande registrada en la historia de la bolsa de Nueva York en un solo día.
Se recordará que septiembre de 2008 –en plena crisis económica mundial- el derrumbe de la bolsa de valores de Nueva York alcanzó solo los 777,68 puntos, representando una diferencia de unos 397,32 por debajo del acumulado el pasado lunes 6, cuando experimentó una caída de 1,175 puntos.
Hay quienes piensan que se ha producido un retorno de la volatilidad (variación) en las operaciones bursátiles, lo que está generando nerviosismo entre muchos inversores, dando paso a un frenesí de venta accionaria que podría afectar más el normal desempeño del sistema monetario-financiero internacional.
Con sobrada razón se sostiene que los movimientos bursátiles deben considerarse como un instrumento de medición del desempeño económico. Y para estos días Wall Street está enviando señales difusas y confusas al resto del mundo. Cierto es que los vaivenes que suelen registrarse en las operaciones financieras de las bolsas de valores suelen constituir un reflejo del precio de las acciones de las empresas siendo producto de la disminución o ganancia de los márgenes proyectados de utilidades.
Para estos tiempos de turbulencias financieras a escala planetaria hay que seguir de cerca el movimiento del índice industrial Dow Jones, sobre todo en tiempo de globalización económica y de liberalización de los flujos internacionales de capitales. Por eso los acontecimientos bursátiles desatados el 6 de febrero de 2018 merecen ser objeto de estudio para que el advenimiento de una nueva crisis económica global no sorprenda, por nueva vez, a la comunidad monetario-financiera mundial.