Opinión

La palabra salario proviene de la época romana, donde la sal era el bien más preciado y se entregaba a cambio del trabajo realizado.

Desde entonces mucho se ha hablado y legislado sobre las remuneraciones en el espacio de trabajo y las compensaciones económicas han sido las que dictan el valor del trabajo en la sociedad.

Sin embargo, afortunadamente, cada vez más se va hablando de otro tipo de incentivos no económicos, enfocados en llenar las expectativas del empleado desde su elemento, al decir de Ken Robinson, la moral y su rol en la sociedad. Se trata de lo que hoy se llama el salario emocional, una tendencia impulsada mayormente por los empleados.

El tema es de vital importancia para quienes dirigimos equipos de trabajo, puesto que cada vez más, las personas buscan ser parte de una causa mayor y encontrar un equilibrio entre el empleo y la calidad de vida. Poco a poco, éste se está convirtiendo en el nuevo paradigma, que otorga un valor preponderante al tiempo de bienestar y bienhacer de los equipos de trabajo.

En ese contexto, la felicidad de la empleomanía toma una mayor relevancia, lo que ha generado un cambio sustancial en la forma cómo se percibe la importancia del empleo. Los ya famosos “millenials” y la generación Z lideran una generación de ciudadanos dispuestos a elegir empleos que en el corto y mediano plazos les brinden desarrollo y liderazgo en las organizaciones, donde se les permita influir en las decisiones.

La tendencia favorece a los empleos que ofrezcan oportunidades de desarrollo personal sobre aquellos que prometen los más altos salarios.

En consecuencia, la productividad ya no es algo que se base únicamente en la cantidad de horas que un empleado dedica al trabajo, sino en las motivaciones intrínsecas de éste y las que generen un mayor bienestar integral y de impacto social.

Los estudiosos han identificado las distintas manifestaciones del salario emocional: las oportunidades de crecimiento dentro de la institución, desarrollo personal y profesional, un buen ambiente laboral, la cultura organizacional, la compatibilidad entre la vida personal y la profesional, formar parte de las decisiones de la empresa y transformar la sociedad.

El salario emocional, por ende, se ha convertido en un nuevo modelo de compensación atractivo al talento humano, sobre el que hay que profundizar, puesto que para el 2020 la generación Z será responsable del 40% de todas las acciones de consumo a nivel mundial y conformarán el 20% de la fuerza laboral.

Esta realidad es una alerta tanto para los que hacen política laboral como para las empresas, en búsqueda de un adecuado balance que incluya los valores personales y los sucesos familiares en la ecuación laboral.

Para atraer el talento, tenemos que avanzar en el concepto de las retribuciones emocionales, en especial en la administración pública, donde nos resulta inalcanzable competir con salarios de otros sectores, por lo que hemos tenido que ir introduciendo las compensaciones emocionales, más que pecuniarias.

Definitivamente, los cambios que se requieren en la matriz productiva de nuestro país y las reformas laborales que hacen falta, deben partir del cambio cultural y generacional hacia el concepto del trabajo.

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