Por: Carlos Rodriguez | La administración de Luis Abinader ha sido presentada como un faro de esperanza en un mar de corrupción y desinstitucionalización en la República Dominicana. Sin embargo, detrás de esta narrativa de cambio y modernización, se ocultan profundas contradicciones y un enfoque que podría ser más retórico que efectivo.
Desde su llegada al poder, Abinader ha prometido una transformación radical del sistema institucional, abogando por un poder judicial autónomo y un gobierno transparente; sin embargo, estas proclamaciones han sido, en gran medida, una fachada destinada a ocultar la continuidad de prácticas políticas que han caracterizado a la nación durante décadas. La independencia del Ministerio Público y la promesa de un aparato estatal más eficiente se ven opacadas por la realidad de un país donde la corrupción persiste y los ciudadanos siguen sintiendo una profunda desconfianza en sus instituciones
Es inquietante observar cómo las decisiones de Abinader parecen estar más alineadas mas con el interés de mantener un control político que con la genuina intención de democratizar el país. La modificación constitucional propuesta, que busca perpetuar su legado, plantea serias dudas sobre su compromiso con la separación de poderes. ¿Es realmente un reformador o simplemente un político más que busca consolidar su poder?
La retórica de Abinader, que aspira a romper con el presidencialismo tradicional, se contradice con un modelo de gobernanza que aún depende de la concentración del poder. Su administración ha sido marcada por la falta de diálogo genuino con la oposición y una tendencia a silenciar voces críticas. En lugar de fomentar un entorno de cooperación y consenso, se ha optado por la polarización y el enfrentamiento, lo que aleja la posibilidad de un verdadero cambio institucional.
La situación es aún más preocupante cuando se observa el contexto regional. Mientras países como Venezuela se hunden en la crisis bajo regímenes autoritarios, el ejemplo dominicano debería servir de advertencia. La historia nos enseña que la democracia no es un regalo; es un derecho que debe ser defendido y cultivado. Sin embargo, en lugar de aprender de estas lecciones, Abinader parece estar construyendo un castillo de arena, donde las promesas de cambio se desmoronan ante la presión de la realidad política.
La verdadera transformación que necesita la República Dominicana no se logra con discursos grandilocuentes, sino con acciones concretas que prioricen el bienestar de la ciudadanía. Abinader debe preguntarse: ¿qué legado realmente quiere dejar? La historia juzgará si su gestión fue un intento genuino de transformar el país o simplemente un espejismo que, a la larga, consolidó un sistema que aún se aferra a las viejas prácticas del poder.
En esta encrucijada, el pueblo dominicano debe permanecer alerta y exigir un verdadero compromiso con la democracia, una que no se limite a palabras vacías, sino que se traduzca en un futuro donde la justicia y la equidad sean la norma, no la excepción. La esperanza de un cambio real depende de nuestra capacidad para cuestionar, exigir y, sobre todo, actuar.